Renovación 280
Parte de las cadenas que nos aprisionan en la codependencia es la necesidad compulsiva de controlar todo, y a todos a nuestro alrededor.
Pretender controlar a los demás es anular su derecho a ser autónomos, independientes y responsables de sí mismos. Digo pretender porque si llegamos a ejercer control sobre alguien, en forma paralela, estamos propiciando que se genere la rebeldía, la inconformidad, el resentimiento.
Podemos utilizar algunas herramientas para controlar a nuestra pareja como el dinero o el sexo y, tarde que temprano, la estrategia se volverá en nuestra contra.
Podemos amenazar con quitarle la vida a alguien, o dañarlo en forma severa, y la persona se someterá hasta que termine por irse, por atacarnos o por dejarse morir, con lo que no logramos ejercer el control mucho tiempo.
No podemos controlar lo que les pasa a los demás. Si mi familiar es diabético o alcohólico, puedo favorecer que él o ella controle su enfermedad para que no avance, yo no puedo decidir por ella qué va a comer o beber.
Si un ser querido padece Alzheimer, no podemos controlar la enfermedad, podemos prevenir en ocasiones y propiciar que el deterioro no sea tan rápido, mediante medicamentos que la persona enferma va a tomar, no nosotros.
Por eso es conveniente recordar la oración de la Serenidad: