“Cuando un amigo se va queda un espacio vacío
que no lo puede llenar la llegada de otro amigo
Cuando un amigo se va queda un tizón encendido
que no se puede apagar ni con las aguas de un río
Cuando un amigo se va una estrella se ha perdido
la que ilumina el lugar donde hay un niño dormido
Cuando un amigo se va se detienen los caminos
y se empieza a revelar el duende manso del vino
Cuando un amigo se va galopando su destino
empieza el alma a vibrar porque se llena de frío
Cuando un amigo se va queda un terreno baldío
que quiere el tiempo llenar con las piedras del hastío
Cuando un amigo se va se queda un árbol caído
que ya no vuelve a brotar porque el viento lo ha vencido
Cuando un amigo se va queda un espacio vacío
que no lo puede llenar la llegada de otro amigo”
https://www.letras.com/alberto-cortez/413067
Cuando un amigo se va es la canción que Alberto Cortez escribió para su padre cundo éste murió. Ha sido interpretada por muchos cantantes en todo el mundo, y se convirtió en un himno a la amistad, no solo entre padres e hijos, sino entre todos los seres humanos. A través de esta canción me uno a todos los que han perdido un padre, un hermano, un amigo.
Vuelvo a escuchar y leer la canción porque ayer, cuando llamé por teléfono a una amiga muy querida radicada en el norte de la República Mexicana para avisarle de la muerte de Paty Malo, me enteré por uno de sus hijos que había fallecido recientemente.
Era también una compañera de escuela de Patricia y mía. Nos conocimos y mantuvimos la amistad y el cariño durante 64 años. Se llamaba Lourdes Vázquez G., y era la persona más dulce, genuina, generosa, auténtica, que se puedan imaginar.
Cuando estudiamos juntas, ella era un poco mayor y su papá le regaló un coche. Era la única del salón que tenía uno propio, lo que permitió que nos llevara a pasear en él más de una vez. Recuerdo una vez que fuimos a la Ciudad Universitaria y, al pasar por la Facultad de Arquitectura, nos detuvieron un grupo de estudiantes para pedirnos que nos bajáramos del auto. Yo iba en el asiento del copiloto y le dije a Gugú (así le decíamos de cariño), que acelerara y saliéramos de ahí a toda prisa, lo cual hizo de inmediato. De la nada comenzaron a perseguirnos en un auto por las calles casi vacías de CU, hasta que vimos una patrulla y le pedí que se parara junto a ella. El auto con los jóvenes siguió su camino y la patrulla nos escoltó hasta que salimos del lugar a la avenida Insurgentes. Temblamos durante horas después de esa experiencia.
Vivía en una enorme casa cerca de la escuela adonde nos encantaba ir porque su mamá nos regalaba huevitos de chocolate y otras golosinas. Era una alumna ejemplar, muy querida por las monjas, solidaria con las compañeras y, lo cual no gustaba a todas, un poco “mochila” (muy devota). Hay una y mil anécdotas de las escapadas en su auto, de las travesuras que las demás hacíamos en los retiros espirituales y ella cumplía con no delatarnos.
Pasó el tiempo y se casó con un médico originario de Oaxaca, cuya familia yo conocí cuando vivimos en esa ciudad. Tuvo un niño y una niña. Hija, hermana, sobrina, esposa, madre, amiga, vecina ejemplar, emanaba paz y espiritualidad a su alrededor. Enviudó y encontró actividades para ser útil y llenar su tiempo en forma positiva. Mantuvo hasta el final la relación con la Madre Bravo, una religiosa que había sido Directora en la escuela a la que asistimos, y la fue a visitar hasta una ciudad cercana a Guadalajara adonde se había retirado al jubilarse en una Residencia de la Orden religiosa. Nos vimos muchas veces, con el mismo cariño de siempre, y nos llamábamos por teléfono de vez en cuando.
Otro miembro de la pandilla que se va, ya son tres. De nuestra generación han muerto muchas más. Una de ellas muy poco después de que salimos de la escuela; otra, que se fue de monja, murió joven también.
A Lourdes la recordaremos siempre con su eterna y tímida sonrisa, su actitud un poco apocada en ocasiones, su generosidad sin límites para con sus hermanos, cuñados, hijos, sobrinos, amigos y conocidos, su autenticidad y capacidad de sentir compasión por los demás y apoyarlos, su alegría y risa espontánea, su capacidad de dar amor, cariño, ternura, apoyo, compañía a sus hijos y nietos y demás familiares y amigos, de ser empática y generosa con todos.
Lourdes murió de un infarto fulminante, cuando se alistaba para asistir a misa con su hijo y su familia. La muerte de los justos: sin agonías y dolores que se prolongan en el tiempo. Vivía en paz consigo misma y con Dios. Ya se reunió con sus padres y los que se le adelantaron en el camino final.
¡Gugú! ¡Siempre te recordaremos con mucho cariño y gratitud por haber estado en nuestras vidas, por habernos enseñado, con el ejemplo, tantas cosas positivas y valiosas!