# YO ME QUEDO EN CASA (16)

Cuando me invitaron a estudiar un Diplomado de Tanatología que impartiría la Universidad Iberoamericana, allá por el año de 1994, no lo pensé dos veces porque acababan de morir, en un lapso de tres meses, cinco familiares cercanos, y yo estuve hasta el final con algunos de ellos. Además recordé que estuve con mi hermano cuando murió, así como con mi mamá. Sentí que Dios me había dado el privilegio de acompañar a las personas en el tránsito hacia la muerte porque ello no me daba miedo, y que era el momento de adquirir conocimientos para poder contar con más recursos mentales, emocionales, espirituales y tanatológicos.

He practicado durante 26 años lo que aprendí en la universidad y a través de  las experiencias vividas, mas nunca me imaginé que vería una pandemia como la del coronavirus en la que el número de muertos rebasa lo que podemos procesar mental y emocionalmente cada día.

Hoy quiero hermanarme con todos aquellos que han visto morir por este virus, sin poder hacer nada, sumidos en la impotencia, a alguno de sus seres queridos. En muchos casos, no pudieron siquiera estar con ellos en sus últimos momentos, ni enterrarlos (cremarlos) acompañados de todos los que los quisieron en vida.  Escuché hoy en las noticias que en España están acondicionando las pistas de hielo para colocar ahí los féretros, mientras se presentan las funerarias para conducirlos a su destino final. Una escena escalofriante por la fría y desgarradora lejanía de los que no pueden estar con sus seres queridos.

Me uno a los que han perdido a sus “viejitos” aislados en una residencia para mayores, sin poderles dar el calor de sus abrazos y compañía en esta última etapa, y con los que no pueden visitarlos ni abrazar a los que aún viven ahí ante una experiencia tan aterradora para ellos: ver como sus coetáneos caen fulminados, uno tras otro, ante la ametralladora del dichoso coronavirus.

Estoy con los padres que han perdido un hijo, un ser que empezaba su camino con muchas expectativas, propias o familiares.

Les mando un abrazo a quienes este virus les arrebató un amigo, un vecino, un compañero, un colega, con quien compartían vivencias, ilusiones y emociones.

Hago un ejercicio de manejo de energía para canalizarla a todos aquellos héroes silenciosos que, con una entrega y abnegación sin límites, ponen su vida en riesgo todos los días para combatir los estragos de la pandemia. Ahí están desde los médicos, enfermeras, laboratoristas, auxiliares, hasta el personal de intendencia sin el cual ningún centro hospitalario podría funcionar. De igual manera, la envío a trabajadores de toda la cadena de producción necesaria para que todos tengamos alimentos, víveres, gasolina, fármacos, en fin, todo lo necesario para la sobrevivencia.

Les propongo que todos nos unamos, no solo para darles un aplauso a las 8 de la noche como gesto de gratitud, sino que poco antes les mandemos energía. No teman, mientras más damos, más recibimos, siempre y cuando estemos conectados con una fuente Mayor: tu Dios (con cualquier apelativo que quieras llamarlo), o la energía Universal, Cósmica,

El poder de la Oración está comprobado científicamente. Orar no es rezar. Rezar es repetir una serie de frases establecidas, tal vez desde hace siglos. ORAR ES HABLAR CON DIOS.

Vamos a tomar unos minutos antes de las 8 para unirnos a nuestra fuente de Poder Interno y unirnos espiritualmente con todos los que sufren, en forma directa o indirecta, las consecuencias del coronavirus y con todos los que los están apoyando en su lucha. La Energía trasciende distancias y obstáculos y, si millones de nosotros podemos unirnos para canalizarla, estaremos poniendo nuestro granito de arena también.

 

 

 

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