Les voy a contar una anécdota real. En 1985 llegué a México el día 15 de septiembre, justo a tiempo para vivir el temblor del 19 de septiembre a las 7.20 a.m. Habíamos estado en Roma donde pudimos saludar al Papa Juan Pablo II, lo cual fue una experiencia inolvidable.
Seguramente ustedes habrán leído o escuchado sobre ese temblor que derrumbó edificios, sepultando en ellos a los que ahí dormían o se preparaban para ir a la escuela o al trabajo. También se cayeron hoteles, casas, etc. La ciudad de México parecía una zona de la segunda guerra mundial en cualquier lugar de Europa, donde habían padecido los terribles impactos de las bombas.
Fue un acontecimiento que sacudió, no solo físicamente a México, sino emocionalmente también. El presidente de la República era el Lic. Miguel de la Madrid, quien no dio señales de vida hasta pasados unos días de la desgracia. ¿Qué pasó entonces? Que el pueblo, en una muestra de solidaridad, trabajo en equipo, generosidad y entrega, se avocó a solucionar lo urgene, por ejemplo, a quitar escombros en los edificios para ver si salvaban alguna vida.
Gracias al pueblo, se salvaron muchas vidas y se pudo enfrentar la contingencia que afectó igual a ricos o pobres, turistas, o a quienes aquí vivían.
Un ejemplo de ello, lo viví yo. Vivía en una colonia al poniente de la ciudad, donde no hubo en realidad grandes daños. Una vecina, cuyo nombre omito por discreción, vino a mi casa a pedirme que hiciéramos algo para ayudar. Yo era Jefe de manzana y conocía a todos los vecinos, así como a algunas autoridades.
Establecimos comunicación con damnificados y centros de ayuda no oficiales, y nos colocamos en la entrada de la colonia con unos letreros en cartulina donde solicitábamos lo que nos reportaban necesitaban con urgencia. En cuestión de minutos los vecinos iban y traían lo que hacía falta, e inmediatamente lo enviábamos al centro de ayuda donde nos constaba si era necesario. Así nos dieron cientos de botellas de agua, pañales, alimentos enlatados, ccobijas, etc. Formamos turnos para estar en el puesto de acopio variaos vecinos cooperando en la labor. Funcionamos paralelos a la Cruz Roja o a las autoridades que no terminaban de organizarse.
Pasados unos días, ocupamos una habitación en la casa de mi amiga, donde revisábamos la ropa, la empacábamos en bolsas con letreros de sexo y talla. Baste decir que, una vez que ya pasó la emergencia, lo que recopilamos sirvió para que, después de comprobar que si era real la necesidad de las personas a quienes íbamos a dar ropa, sábanas, cobijas, zapatos, etc., ayudaramos amuchas personas durante casi un año.
Hubo muchos donativos internacionales que se canalizaban al Campo Militar antes de distribuirse, y ya sabemos lo que ocurre con la burocracia en cuanto a diligencia y seguridad.
Estamos ante una desgracia que puede parecerse a aquélla, en la que las autoridades también han respondido con retraso, cuando ya los ciudadanos nos habíamos organizado, estábamos haciendo tele-trabajo cuando se podía y evitábamos salir a la calle sino era indispensable.
Viene lo peor. Aquí no hay suficientes pruebas para detectar el coronavirus, por lo que muchas muertes se diagnosticarán como fallo cardíaco o renal, paro respiratorio, etc., sin saber si eran positivos o no, y sin poder ayudar a los que con ellos convivían. Las estadísticas reales nunca las sabremos.
Es necesario que nos unamos, con una actitud solidaria y responsable, para poder ayudar a los demás, así como se hizo en 1985, en forma independiente de lo que haga el gobierno. Siempre hay canales honestos.
Además de estar encerrados, vamos a encontrar maneras de ayudar a una persona o a muchas. Saquemos lo mejor de nosotros mismos y compartámoslo con quienes están en una situación crítica o requieren apoyo emocional.
México dio muestra de ser un gran pueblo en 1985. Vamos a vencer esta pandemia con unión, solidaridad, generosidad y amor por la vida humana.