Llegaron inmediatamente después del temblor que azotó la ciudad de México, el 19 de septiembre pasado, y se fueron hasta que se rescató el último cadáver de entre los escombros de edificios colapsados.
Hablo de la Delegación española, compuesta por 52 hombres, dos mujeres, y cuatro perros entrenados en labores de busca y rescate. Formaron brigadas para trabajar día y noche, sin pérdida de tiempo, cuando aún había esperanza de rescatar a alguna persona con vida.
Su entrega, profesionalismo, nivel óptimo de compromiso, su gran preparación, su calidad humana, estuvieron presentes en todo momento.
Hubo muchas otras delegaciones: hermanos latinoamericanos, norteamericanos, europeos, orientales, israelitas, que se avocaron también a cooperar con gran compromiso y que se retiraron antes que los españoles, a quienes se despidió con aplausos y entonando el himno nacional.
Los españoles llegaron en silencio…y se fueron en silencio. Por eso, quiero enviarles por este conducto, mi gratitud y reconocimiento. Así somos algunos: como los mexicanos somos hijos de la Madre Patria = España, ellos son nuestros hermanos, por lo tanto, algunas veces se nos olvida tomar en cuenta lo mucho que aporta la familia. ¡Qué Dios ilumine su camino y su labor que tanto consuelo trae a tanta gente!