CUENTO DEL ENFERMO Y LA CURACIÓN

CUENTO DE UN ENFERMO Y SU CURACIÓN

Érase una vez un niño que nació sano, completo, con un gran potencial físico y mental, en un entorno paradisíaco donde había de todo. Si la familia se iba a vivir al trópico, bastaba con tirar una semilla para que, al poco tiempo, brotara un árbol.

Adonde quiera que fuesen había todo tipo de ganado, de aves, la tierra devolvía generosa todo lo que sembraban en ella, los bosques, valles, llanuras, eran ejemplo de verdor y abundancia. Los litorales, asombrosos por su belleza, proporcionaban todo tipo de pesca. Los ríos, lagos y lagunas contaban con aguas transparentes, limpias y refrescantes. Podría decirse que el niño vivía en un edén.

En la vida del niño de este cuento, apareció un señor que tenía podrida el alma por la avaricia, el odio y la envidia hacia sus vecinos. Como era insaciable en su búsqueda del placer, llegó a consumir gran cantidad de drogas, y empezó a invitar a sus conocidos a usarlas para que se divirtieran también. Cuando aquéllos se volvían dependientes, se las vendía a precios muy elevados.

Así fue tejiendo una red de consumidores, que requería una red de productores y distribuidores, por lo que amplió sus tentáculos y siguió acumulando millones de pesos.

Para sembrar la droga sobornaba al campesino, a los vecinos y autoridades para que volteasen la vista hacia otro lado. Era igual para la transportación: iba sobornando y creando complicidades en todo el camino. Volvió a los funcionarios públicos y representantes de la ley (ya fueran impartidores de justicia o simples policías) sus socios, con lo que tenía paso franco para mover las drogas por todos lados, y para exonerar a quien fuese pillado in fraganti.

Como había que guardar el dinero, corrompió instituciones bancarias y ensució las manos de muchas personas que eran delincuentes de cuello blanco con grandes mansiones, yates, aviones, y un séquito enorme de guardaespaldas.

Llegó el momento en que ya se tratase de poblados o de pequeñas y grandes ciudades, a quien quisiera comportarse en forma honesta y honrada, lo mataban sin remordimiento para que no estorbara sus planes, como asesinaban a todo el que se negase a trabajar para ellos en cualquiera de sus organizaciones. La corrupción había permeado desde los más altos puestos, hasta el policía de la esquina.

El señor malo era el amo de un imperio muy poderoso, y era despiadado, frío y calculador.

¿Cómo se podría acabar con él? ¿Cuál sería el eslabón más débil para romper la cadena? Unos proponían que se legalizaran las drogas para evitar el mercado negro. Otros pedían a gritos un Elliot Ness (Los Intocables). Había quien decía que los funcionarios públicos, desde Ministros hasta policías, estuviesen en una base de datos pública, conocida por todos, para que sus acciones, propiedades, patrimonio, ingresos, fueran transparentes.

No faltó el radical que propuso la pena de muerte para todos los que comerciasen con la droga, secuestrasen o asesinasen, ni el protector que quería amparar y darle de comer a todo mundo.

También hubo quien propuso la educación como vía de salida, y el trabajo a través de la producción de bienes y servicios, gobiernos que gobernaran y que administraran el erario público, no que lo robaran sin recato. Un gobierno que impartiera servicios de salud para todos y que utilizara los impuestos en pavimentar calles, en construir escuelas, hospitales, carreteras, en favorecer la educación con las técnicas modernas probadas en otros países donde sí hay magníficos resultados en ese renglón. Un gobierno sin corrupción alguna.

El país, otrora un edén donde había nacido ese niño sano, estaba ahora enfermo y exudaba pus por cada uno de sus poros. ¿Cirugía? ¿Medicina tradicional? ¿Medicina homeopática? ¿Medicina alternativa? ¿Acupuntura? ¿Radio laser? ¿Trasplantes? ¿Injertos? ¿Quimioterapia? ¿Desintoxicación? ¿Rehabilitación? ¿Herbolaria prehispánica? ¿El médico brujo?

Los habitantes de ese país tomaron conciencia de la situación, y cada uno puso un granito de arena para salvar al enfermo entre todos.

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