La palabra miedo proviene del latín metus y se refiere a una emoción displacentera que surge ante un peligro o amenaza (real o imaginario), que genera una respuesta múltiple en el organismo a fin de garantizar la sobrevivencia de la persona o animal que lo experimenta.
Hablamos de un miedo real cuando la dimensión del miedo corresponde a la de la amenaza presente, y de un miedo neurótico cuando no concuerda el miedo con el nivel de peligro presente.
Al sentir el miedo, se presenta una respuesta adaptativa del organismo, para poder evitar el peligro (huir) o enfrentarlo (luchar) con rapidez y garantizar así la sobrevivencia: se incrementa el metabolismo celular, aumenta la presión sanguínea, la glucosa en la sangre, la actividad cerebral y la coagulación. El corazón bombea a mayor velocidad para llevar hormonas a la células, en especial, la adrenalina, Se incrementa el ritmo respiratorio, disminuye el sistema inmunitario y hay vasoconstricción en algunas zonas para facilitar que la sangre fluya hacia las extremidades para facilitar la huida o el combate. En fin, hay un cúmulo de respuestas automáticas al estímulo del miedo, que todos hemos vivido en numerosas ocasiones.
Si la emoción perdura en el tiempo, el equilibrio del cuerpo se deteriora y podrían surgir las enfermedades psicosomáticas.
Si no somos capaces de definir la razón de nuestro miedo (ansiedad), podemos caer en alguno de los muchos trastornos de ansiedad que van a deteriorar nuestra salud mental, como por ejemplo, el trastorno obsesivo compulsivo (TOC).
El miedo puede ser aprendido y, en muchas ocasiones, cultivado con fines políticos para el manejo social de las masas. Mientras las personas están ocupadas en cuidar la seguridad de su vida, la de los suyos y sus pertenencias, los gobernantes pueden manejar muchos asuntos a su manera, sin una opinión contraria a sus deseos.
A nivel personal y social, se pueden generar, propiciar, perpetuar, diversos tipo de miedo: el miedo al ridículo, miedo al fracaso, miedo al rechazo, miedo al éxito, miedo a vivir, a amar, a ser feliz.
Todo esto vino a mi mente hoy, 9 de junio, porque leí en la página 24 (Opinión), del periódico El País, un artículo titulado “Pastillas contra el miedo”, en el que mencionan que científicos de la Universidad de Emory, Atlanta, USA, hanr encontrado una molécula que podría evitar el síndrome de estrés postraumático, que suelen padecer personas que han sido víctimas de atentados, guerras, accidentes, catástrofes naturales, aunque hasta ahora sólo la han experimentado en animales. La aplicación del medicamento sería inmediatamente después de la desgracia.
Un gran número de psiquiatras se han mostrado a favor de la idea y sugieren se les administre a policías, bomberos, y personal de salud (médicos, enfermeras, paramédicos), que atiendan a los afectados por las crisis ya mencionadas.
Mencionan en el artículo que puede surgir una corriente que hable de otro tipo de víctimas, como las familias que han sido desahuciadas de su casa, que son desempleados desde hace mucho tiempo, niños desnutridos y jóvenes en la desesperanza, quienes también podrían beneficiarse de la pastilla contra el miedo, y que podría lucharse, preventivamente, contra las guerras, atentados, accidentes, catástrofes naturales, en lugar de buscar paliativos cuando ya llegaron.
Plantean la posibilidad de que nos volvamos una sociedad de pastilleros, a lo que yo me pregunto si no lo somos ya en gran medida, y si la farmacología del miedo no generará el miedo al miedo.
Vale la pena investigar sobre ese tratamiento en fase experimental aún.
Fromm Erich, «El miedo a la libertad«. Editorial Paidós.
Krishnamurti, Jiddu, «Sobre el miedo«. Ed EDAF.
D. Yalom Irving. «Mirar al sol». La superación del miedo a la muerte. Ed. booket.
Marina, José Antonio. «Anatomia del miedo«. Editorial Anagrama
Pierrakos Eva y Saly Judith, «Del miedo al amor«. Ed Nuevo tiempo.