He estado varias veces peleando con la muerte para no irme con ella, consciente de lo que significaba su presencia a mi lado, menos una, la primera.
Tenía yo alrededor de cinco años y mi familia vivía en Puebla, de donde nos desplazábamos con frecuencia a la ciudad de Veracruz para disfrutar el fin de semana en el hotel Mocambo. Mis hermanos pequeños tenían 4, 3 y 1 año, por lo que no imagino cómo se las arreglaba mi mamá para viajar y cuidarnos todo el tiempo. En una ocasión, jugaba en la playa con un deslizador sobre el que me acostaba y el agua me empujaba unos metros cuando la resaca, poco a poco, me alejó de la orilla. Yo disfrutaba el sentirme mecida por el mar sin darme cuenta que ya no estaba cerca de los demás niños, cuando de pronto vino una ola muy alta, me tiró de la tabla y me introdujo con fuerza dentro del mar. Recuerdo una sensación de paz y armonía al abrir los ojos y ver a peces de mil colores rodeándome, una ligereza y un bienestar maravilloso.
Mi siguiente recuerdo es estar acostada en la arena, escupiendo agua, mientras un hombre joven, muy moreno, me ayudaba a respirar y muchas personas me rodeaban, entre ellas mi madre que lloraba y mi padre que alentaba al salvavidas a que actuara más rápido. Fue entonces que supe que estuve a punto de morir. Si no hubiera estado ahí un salvavidas (mis padres no sabían nadar) es probable que no me hubiesen rescatado a tiempo para evitar que me ahogara.
Cuando estuve bajo del agua, viviendo un momento mágico, etéreo, único, no tuve consciencia de que podía morir. ¿Será esa sensación la que tienen las personas que no luchan contra una muerte inminente, si no que la abrazan porque significa el umbral de un mundo lleno de paz y bienestar? Cuando me ha tocado acompañar a un moribundo en sus momentos finales, le hablo de esa paz, de ese encuentro con lo etéreo, de la armonía y la integración total con una espiritualidad que supera todos los límites.
Un día me puse a buscar en mi memoria otros momentos mágicos que me hubieran “marcado” en una forma tan poderosa y he aquí lo que escribí. Como estamos en vísperas del día del amor, voy a compartirlo con ustedes
MOMENTOS MÁGICOS
Esta vida está compuesta de momentos mágicos,
es difícil aprender a retenerlos, a atraparlos.
Hoy veo hacía atrás y recuerdo una imagen, ¿la primera acaso?
de los ojos de mi madre llenos de amor, de ternura,
de afán de protección hacía mí y siento como me da seguridad, plenitud,
tenerlos cerca.
Veo la manita trémula de una niña de cuatro o cinco años extendida,
encontrando la mano fuerte, enorme, vigorosa, segura, de mi padre,
y cómo caminábamos juntos,
siendo un todo lleno de mi admiración y de su cariño.
Me sentía dueña del mundo.
La magia de la inocencia: yo en altamar,
hundida en las aguas, feliz por ver tantos peces,
No sabía que había peligro.
La conciencia vino después, desgarrando mi libertad, mi fantasía,
regresándome al mundo restringido de los “no se puede, “no se debe”.
La magia de esos instantes en que fui libre,
en un encuentro con la naturaleza espontáneo, ilimitado,
esa maravillosa sensación de ser yo, de fluir, de sentir,
sólo la he encontrado ahora en brazos de mi amado.
¿Está tan cerca la suerte del no ser y del ser?
¿Qué las separa?
Doy gracias a la vida por mi experiencia infantil cercana a la muerte porque me brindó la posibilidad de compartir una sensación de paz y armonía con los que están a punto de morir; por el amor de mis padres que puso los pilares de mi desarrollo interno, y por el privilegio de haber experimentado un amor total lleno de entrega, pasión, ternura, espiritualidad, comprensión, alegría, que perduran en el tiempo.
¿Qué opinan sobre los momentos mágicos que tocan nuestras vidas y sobre el tránsito hacía la muerte con esa sensación de bienestar? ¿Han vivido experiencias similares y quieren compartirla con nosotros?