Asistí a una fiesta infantil de niños de 3 a 5 años y salí además de aturdida por tanto ruido preocupada por el futuro de México.
Cuando tengo oportunidad observo a los niños con detenimiento, porque mirar el mundo a través de sus ojos sirve para recuperar la capacidad de asombro. Me gusta también hacer fantasías sobre cómo serán esos niños de adolescentes y de adultos. Les contaré algo de esta última experiencia.
Era una tarde lluviosa por lo que la fiesta tuvo que celebrarse dentro de la casa y no en el jardín como se había planeado y he aquí cómo se portaron algunos de los niños: el festejado se esmeró en que el paradigma de que el cumpleañero es el único que no se divierte en su fiesta, no se rompiera: lloraba por todo, no quería pegarle a la piñata, no quería apagar las velas, en fin, estaba instalado en el “no”. Lo visualicé como funcionario de Standard & poors, fastidiándole la fiesta a todo mundo.
Uno de los invitados era un niño simpatiquísimo, precoz, desenvuelto, no podría decir si proactivo o hiperactivo porque fluctuaba de una a otra tendencia. Nos reímos de sus ocurrencias, nos asombró con su agilidad mental, en fin, el geniecito causó gran impacto. Los papás buscaban con quien platicar, lejos de su retoño. Conforme transcurrieron las horas, comprendí esa actitud, ya que mientras yo me cansaba por minutos de tanta chispa, el niño se crecía y quería explorar sus facetas de Randy Johnson, Joe DiMaggio, Marco Polo, líder único. Podría llegar a ser un Presidente multifuncional que trabaje día y noche sin descanso, seguramente todos conocemos alguno así. ¿Sería posible que Steve Wozniak inventara un interruptor para que estos niños se durmieran en forma instantánea cuando los demás estén hasta el gorro?
Me llamó la atención una niña encantadora, con una voz dulce y melodiosa, que estaba empeñada en decidir quién jugaba con quién, dónde tenían que sentarse, etc., lo que lograba durante unos minutos, hasta que algún compañerito inquieto se escapaba del escenario. La visualicé como una política de derecha.
No podía faltar el destroyer, quien debía tener también algún gen terrorista. A los pocos minutos de haber llegado, rompió el cochecito con el que jugaban los demás niños, tiró su vaso con refresco, arrebató con un empujón el palo al niño que le pegaba a la piñata y la golpeó sin misericordia, metió el dedo en el pastel, apagó las velas antes que el festejado, explotó un sin fin de globos, gritando y aplaudiendo cuando hacían ruido y alguien se asustaba. Movió todas las sillas que la niña encantadora ordenaba y la hizo llorar. Le arrebató su paleta a un chico menor que él. Por segundos inventaba alguna actividad para fastidiar algo o a alguien. Será un buen ejemplar de político de izquierda, donde puede trabajar desde esquirol en todos los planos legislativos y gubernamentales, hasta encabezando marchas para protestar por todo.
Describir a todos los niños que asistieron ocuparía mucho espacio. Fue una tarde agotadora y me pregunto si los padres de esos niños están conscientes de que lo que siembran es lo van a cosechar. Tal vez les convenga quitarse la venda del enamoramiento y ver la conducta de sus pequeños como resultado de un proceso interno que está formando la base del adulto que serán algunos años después y en lugar de comprarles el último juguete electrónico o la última chamarra de Gap Kids, les den más tiempo de calidad. México se los agradecerá.